viernes, 7 de febrero de 2014

El calor del amor en un bar

La verdad es que no sé que poner, qué escribir o qué sentir. Las cosas se agolpan, pero no del mismo modo que antes, ya no me asfixian, ahora me hacen sonreír. He conseguido deshechar todas aquellas cosas que hacían brotar mis lágrimas, he aprendido a transformarlo en enseñanzas, en esos pasos que me han llevado a la felicidad. Hubo una época en que creía que lo era, me ponía una careta y salía a la calle, actuaba y si lloraba decía que era de alegría. Jamás mentir se me había dado tan bien. Era de aquellas mentiras que solo el que las pronuncia conoce qué parte de ellas son verdad y qué mentira. Todo era mentira. Lloraba porque me daba lástima a mi misma, y ni tan siquiera quería darme cuenta, apartaba los ojos del espejo repitiéndome que todo pasaría y que las sonrisas volverían a ser reales. Y ya lo son. Ahora no puedo evitar enseñar los dientes cuando estoy frente un espejo, arrugando los ojos, sin ningún tipo de careta o maquillaje en el rostro, notando todas ráfagas de viento surcando mis poros. Y me encanta. Jamás había estado tan bien conmigo misma y no cambio esa sensación por nada. Nunca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario