lunes, 16 de agosto de 2021

La noche eterna

 Esta mañana, mientras fumaba y me tomaba el café al sol, me he dado cuenta de que mis cicatrices son más visibles ahora que mi piel ha cogido color.

He intentado hacer memoria, pero no recuerdo cuando o como me las hice. No recuerdo el momento en el que se me rasgó la piel y sangré.

Pero si recuerdo cuando me hice las cicatrices que no se ven. Recuerdo como intenté taponar las heridas hasta que la hemorragia superó con creces la presión que yo hacía para intentar para el flujo de dolor que salía por ellas. Algunas todavía sangran de vez en cuando. Se abren y me aterran por un momento. Me bloqueo, hasta que recuerdo el procedimiento que segui las otras veces. Tapar y seguir como si nada. Hasta la próxima. 

Tengo la sensación de que mi interior está lleno de cicatrices. Que ya no queda espacio para más. Pero siempre encuentran sitio. Han empezado a superponerse, por eso, con cada herida nueva, se abren dos anteriores. Y se mezclan. Sangran a la vez y ya no sé dónde poner los apósitos.

Hoy he descubierto que llorar deshace nudos. Y que el flujo de las heridas se para porque sale por los ojos. No lo puedo parar, pero calma. Sana. Apaga las brasas del cuello y me deja en un estado inerte, porque no siento nada después. Solo oigo el vacío.