lunes, 6 de junio de 2011

Starálfur.

Querido Teo:
Ayer volví allí dónde solíamos gritar. No podía dormir, no cesaba de dar vueltas debajo del peso de las mantas, así que decidí lebantarme . La luz de la luna se infiltraba por las rendijas de la persiana. Nunca había visto brillar el mosaico de cristales que me regalaste de esa manera. Salí al balcón. A pesar de que se había pasado el día lloviendo, el cielo estaba despejado, sólo se veían unas pequeñas nuves remoloneando alrededor de la luna llena, pero ni por asomo conseguían taparla del todo. Era inmensa la cantidad de estrellas que se veían des de aquí. Me quedé embobada un buen rato observando el cielo oscuro, hasta que un soplo de aire frío me recordó que estaba en pijama en el balcón. Entré y me volví a tumbar en la cama. No me molesté ni en taparme, sabía que no conciliaría el sueño después de ver ese cielo, así que me puse el polar y me calcé las botas y salí al exterior.


 Anduve por las calles vacías y frías, resiguiendo paso a paso las sombras que creaba la luna. Sentía cómo mis pies se hundían en la nieve, oía el ulular de los búhos allá lejos, y podía sentir el aroma de los pinos en la punta de la nariz.


Me rodeaba un siléncio tranquilo que me invitaba a seguir andando, a seguir perdiéndome entre callejuelas llenas de sombras etéreas. No me detuve hasta llegar a nuestro sitio especial. Siempre me ha gustado ese lugar, no lo sé, tiene algo que lo hace único, me transmite calma, tranquilidad, me hace sentir en paz conmigo misma y con el mundo.
 Me apoyé en una roca, reposando la frente sobre la fría losa, y reseguí con los dedos el gravado que hiciste unos veranos atrás, una de tantas tardes que pasamos allí.
La yema de mis dedos pasaba por encima de las letras, mientras mi cerebro elaboraba la cruel broma de imaginarte allí junto a mí, repitiendome al oído la frase que tantas veces me habías susurrado y que habías decidido grabar en la pared: seré tu eufória y tu incondicional.
Me senté en la piedra sobre la que nos solíamos subir para elebar la voz hacia límites insospechados, desahogándonos, quitándonos de encima la angústia y la rábia acumuladas.


Encogí las rodillas y las rodeé con mis brazos, des de allí se veía todo el pueblo y parecía que la luna lo iluminaba de una manera especial. Y, ¿sabes qué? No pude hacer otra cosa que echarte de menos, como hacía mucho tiempo que no lo hacía.


Otra Navidad más que no estás aquí. Otra Navidad en la que no te veré llegar sonriendo con los brazos llenos de regalos. Otra Navidad en a que las luces del árbol no iluminarán de la misma manera en que lo hacían cuando estabas aquí.


¿Sabes? He llegado a la conclusión de que voy a quererte hasta que mi alma se canse de echarte de menos, hasta que mi cabeza entienda de una vez por todas que te fuiste y que no volverás.
Mañana hace tres años que nos dejaste, justo el día de Nochebuena. Nunca fuiste muy amante de respetar las fechas importantes... 


Se me agotan las palabras, y lagrimas por hoy, parece que ya he derramado bastantes...
Te echo de menos, como nunca he echado de menos a nadie.



No hay comentarios:

Publicar un comentario